El dictador Trujillo le había concedido muchos millones de dólares al Coronel Johnny Abbes, jefe del SIM, para que expandiera y modernizara los servicios de espionaje y los recursos de tortura . El despiadado Coronel Abbes siempre contó con el decidido apoyo de su jefe Trujillo, sin reservas, en sus esfuerzos por intensificar el grado de terror con que se castigaba a las víctimas que caían en las mazmorras del régimen.
Como parte de este proyecto, el Coronel Abbes viajó a Nueva York en busca de una silla eléctrica usada del Departamento de Correcciones de esa ciudad. Cuando le dijeron que la silla no fallaba y que mataba en forma instantánea, Johnny Abbes perdió interés en comprarla puesto que a él le interesaba la silla como instrumento de tortura.
Finalmente, un técnico del SIM entrenado en Inglaterra, Guillermo Rivas Díaz, y otros fabricaron una silla para propósitos de tortura: La famosa silla eléctrica de La 40. Según las declaraciones de Rivas Díaz en una extensa entrevista, Trujillo fue quien dio la orden directamente de que se construyera la silla eléctria (Ver Boletín No. 135 del AGN, (págs. 153-187). Esta silla contaba con un reóstato (dispositivo que cambia el flujo de la corriente) a control remoto de tal forma que podían descargarle fuertes shocks eléctricos hasta el punto de achicharrarles los cabellos y partes de la piel sin matar a los prisioneros. Esto les permitía torturar al prisionero con descargas eléctricas repetidas veces, día tras día, hasta que decidieran eliminar a la victima de una vez por todas. Sin embargo, algunos prisioneros no aguantaron los altos voltajes y murieron en la silla desde la primera o segunda sesión. La silla estaba forrada con una placa de cobre (un excelente conductor de electricidad) en el asiento, el respaldar y los brazos. Algunos prisioneros cuentan cómo compañeros suyos eran tirados en sus celdas después de una fuerte sesión de tortura en la silla eléctrica. Veían como sus cuerpos se sacudían involuntariamente y emanaban humo por la cabeza (suponemos de los cabellos quemados).
No pasó mucho tiempo cuando el hijo del dictador Ramfis se interesó e hizo que le fabricaran otra silla eléctrica para su centro de torturas en la casa del km. 9. El ex Jefe del SIM, Víctor Alicinio Peña Rivera, informa en su libro, Trujillo: La herencia del caudillo (pág. 34):"La silla eléctrica construida en los talleres técnicos de la Aviación, aventajaba en eficiencia a la que existía en la cárcel de la Cuarenta. Fue instalada en la casa de torturas del Nueve, bajo dirección de oficiales de la Aviación."
En la misma entrevista que mencionamos más arriba (ver Boletín No. 135 del AGN, Una monstruosidad...), el catorcista José Hungría Sánchez, torturado en La 40, afirma que también había otra silla eléctrica en La 40, hecha completamente de metal, de un color gris, como de tubo galvanizado. Por el voltaje del electrochoque y por ser de metal, ésta la usaban para finalmente ejecutar a los prisioneros, no para torturarlos. José Hungría, quien en las sesiones de tortura que había padecido ya estaba familiarizado con la silla de madera forrada con planchas de cobre para torturas, cuenta cuando vio por primera vez la de metal para ejecuciones: “El Villar comienza a sacarme confesiones, o a tratar de sacarme confesiones, y cuando no lo logra, dice estas palabras: Mira, buen hijo e la gran puta, tú priva de guapo, evita que te siente en esa, en la silla de metal que estaba como a pie y pico. Y la mandó a guardar, diciéndole a quien le dio la orden Ve, llévate y guarda eso, que se nos quedó anoche, después de terminar de trabajar. José Hungría, quien estuvo en La 40 más de cuatro meses, contó en esa entrevista que las ejecuciones programadas las hacían exclusivamente a determinadas horas de la noche (la llamaban los presos "la hora cero") y esa noche habian eliminado a 2-3 presos antes de que lo llevaran a él en la madrugada a la cámara de tortura para interrogarlo. Fue cuando vio la otra silla, la gris. Son pocos los que pueden contar sobre la silla de metal porque los que la conocieron no vivieron para contarlo. José Hungría la conoció de casualidad sencillamente porque se les quedó afuera mientras a él lo interrogaban.
Al cabo de algún tiempo Johnny Abbes perdió el entusiasmo por su silla eléctrica de diseño especial. Abbes estaba obsesionado con la idea del “control” total de sus víctimas. Decía que había que controlar por completo toda la personalidad del prisionero para que éste perdiera su sentido de sí mismo. Fue así como apareció “El pulpo”.
El llamado “pulpo” era un generador de electrochoques con ocho terminales al final de ocho largos tentáculos forrados de hule. Cuando le aplicaban “el pulpo”, relata el antiguo procurador de RD, Antonio García Vásques (quien investigó los crímenes de Johnny Abbes después de la caída de la dictadura), no le adherían los tentáculos superiores simplemente al cuero cabelludo de la víctima, “sino que se los conectaban directamente al cerebro por medio de pequeñitos electrodos de cobre que les atornillaban directamente a los huesos del cráneo. Las otras terminales se las enganchaban a los ojos o a los testículos. Era la forma más inhumana de aplicarle corriente eléctrica a un ser humano. Les destrozaba el mismísimo sistema nervioso”.
Es de suponerse que "el pulpo" lo usaban cuando ya habian decidido eliminar a un preso para premiarlo con un último, intensamente doloroso y refinado suplicio en lugar de ser simplemente ejecutado puesto que con el sistema nervioso casi destruido, es decir, convertidos practicamente en un vegetal, no quedaba otra cosa que terminar de matarlos.
Otras fuentes nos hablan de "El Pulpo":
También pueden encontrar otra referencia a este instrumento diabólico de La 40, El Pulpo, en la pág. 878 (columna 1) de la Encyclopedia of U.S. - Latin American Relations (Sage Publications, 2012) cuando los autores lo describen con el fin de ofrecer uno de los peores ejemplos del sadismo que había alcanzado la dictadura trujillista.
Aprovechamos que mencionamos al héroe nacional José Hungría para reproducir las torturas a las que este catorcista fue sometido en La 40, descritas por Ángela Peña (ver artículo titulado José Hungría Sánchez Meza, hoy.com.do): Los esbirros “lo torturaron con saña hasta verlo desfallecer hinchado por los golpes, las vértebras quebradas, los dientes rotos, pies, manos y espaldas desfigurados, la lengua lacerada. El equipo más sólido de esbirros lanzó sobre su cuerpo adolorido escritorios y máquinas de escribir. Esposado, le propinaron palos, trompadas, chuchazos, bastonazos, corrientazos en la silla eléctrica para que confesara una supuesta complicidad con el obispo de San Juan de la Maguana, monseñor Tomás Reilly, para derrocar el régimen”. José Hungría Sánchez estuvo involucrado en actividades anti-trujillistas desde los 12 años, militó también en el 1J4, fue combatiente constitucionalista en 1965 y formó parte de la resistencia durante los 12 años de Balaguer.
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Resumen:
La silla eléctrica la usaban tanto para dar choques como para electrocutar lentamente. Los sobrevivientes de la 40 sabían que la muerte era lenta porque los altoparlantes transmitían los gritos de las víctimas en las celdas. Otro instrumento era El Pulpo, un aparato eléctrico de múltiples brazos que se lo adherían al cráneo de la víctima con pequeños tornillos. Usaban extractores de uñas, una picana para electrocular los genitales, martillos de hule, látigos de cuero con puntas en nudos y tijeras para castrar, así como un cuello de hule que si lo apretaban lo suficiente, podía cercenarle la cabeza a la víctima.
A veces el propio dictador participaba en los procedimientos. Por ejemplo, el sargento Carlos Nolasco, quien había participado en un complot, comenta que una noche Trujillo llegó al Nueve donde se encontraban 8 de los militares complotados ya presos y ordenó que los quemaran vivos.
En
cuanto al destino de los cuerpos, los investigadores creen que fueron
lanzados a los tibures o metidos en una incineradora que quedaba cerca
de la base de San Isidro. Muy pocos se los devolvían a los familiares.
República
Dominicana: Cámaras de terror
TIME Magazine
13 de
abril de 1962