miércoles, 1 de julio de 2020

AVISO IMPORTANTE

AVISO MUY IMPORTANTE: El Grito Contenido podría desaparecer pronto.

Tenemos serios problemas técnicos con este blog y ya no podremos publicar futuras ediciones en el Side Bar (Nuevas Entradas, artículos, investigaciones etc.). Esta versión de Blogger de 2012 es incompatible con los cambios que acaba de realizar Google. Hemos perdido control de la programación. Además,no sabemos si mañana, en dos semanas o dos meses, debido a los cambios técnicos hechos por Blogger, podremos salvar este portal o si lo perderemos por completo. 
Naturalmente, tenemos back-up de todo lo pulicado, pero probablemente no podremos incluirlo todo si nos vemos obligados a reconstruir otro portal con otro programa.

Por lo tanto,les pedimos a los investigadores y lectores de este blog que copien en sus computadoras las 15 secciones, las Nuevas Entradas y articulos especiales que publicamos cada tres meses para que exista más de una copia y así no perder el riesgo de que se pierda toda esta información, gran parte de la cual sólo se encuentra concentrada en este portal.Además, por razones de salud y de edad, no sabemos si nosotros podremos continuar desarrollando estos temas relacionados al Trujillato.

Por todo lo anterior, es urgente que los lectores interesados hagan su propio back-up de cada una de las secciones, de las Nuevas Entradas y de los artículos especiales. Esperemos que esta portal pueda sobrevivir a los cambios técnicos que Blogger ha estado realizando. Trataremos de abrir un nuevo portal para poder continuar publicanod Nuevas Entradas así como artículos especiales, pero no podemos asegurarlo.
 










Extracto del discurso de Trujillo semanas antes de las elecciones de mayo, 1930, en medio de la cacería terrorista lanzada por el ejército y paramilitares en contra de otros contendientes y la junta electoral: 

No hay peligro en seguirme porque en ningún momento la investidura con que pueda favorecerme en los resultados de los comicios de mayo servirá para tiranizar la voluntad popular a la cual sirvo en este momento y a la que serviré lealmente en el porvenir. Si la suerte nos favoreciera con el triunfo, en las alturas del poder habría cesado la lucha para continuar allí por más tiempo que el que hayan señalado la confianza del pueblo y el voto de la ley.”

Según un informe de la embajada americana, en 1930 Trujillo ganó las elecciones por un número mayor que el número total de votantes que acudieron a las urnas. En 1935 hizo que el Congreso lo designara Presidente Vitalicio. Su dictadura hereditaria duró 31 años hasta que lo ajusticiaron, la más sanguinaria en la historia del continente hasta mediados del Siglo XX y la más perversa en la historia republicana de América Latina.

Cita de Rafael Trujillo extraída de:

Hispanoamerica en el Siglo XX –Volumen 18, pág. 341
Autor: Jaime Delgado
Ediciones Rialp, 1992

La cita también se encuentra en:

Trujillo: El poder del Jefe – Parte I
René Fortunato: Director y Productor




Trujillo y las embajadas



TRUJILLO Y LAS EMBAJADAS







LA VIOLACION A LA EMBAJADA DE BRASIL 

Julio, 1960

En esos años yo no estaba al tanto de las actividades que mi padre realizaba en contra de la dictadura puesto que yo era una niña. Me sorpredió cuando una noche me dijo que al día siguiente nos íbamos a asilar en una embajada. Sé que me lo informó la noche anterior porque él sería incapaz de hacerme participar en semejante actividad sin que yo lo supiera o engañada, pensando que se trataba de otra cosa. Me dijo que estaba seguro de que todo saldría bien. Recuerdo que esa noche yo estaba muy emocionada. Con optimismo infantil me acosté con un sentido de alegre expectativa pensando en el viaje al exterior y todas las experiencias nuevas que tendría fuera del país sin sospechar sobre la violenta tragedia que nos esperaba al día siguiente.

La mañana siguiente mi madre escogió para mí uno de los bonitos vestidos que me ponía para ir a la iglesia los domingos. Ella iba vestida de luto. Ya mi padre había salido de la casa más o menos una o dos horas antes para pagar, según nos contó mi madre, todas las cuentas que tenía pendientes y no dejar a nadie sin su debido pago (dentista, electricidad, etc.). No sabemos si también hizo otras diligencias. Después, mi padre y un amigo que cooperaba con él en la resistencia, Eugenio “Ligó” Cabral, nos recogieron en una esquina acordada y manejamos hasta una calle aislada. Cuando me monté noté que le habían puesto una plancha de metal gruesa en la parte trasera de la camioneta cerrada (station wagon) como protección y me cuenta mi madre que también le pusieron planchas en los lados, pero esas yo no las noté. Nadie decía una palabra. Paramos al final de una calle aislada y, en forma casi mecánica, mi padre, Ligó y mi hermano mayor Alberto (él acababa de cumplir 16 años en mayo) se pusieron una sotana de cura color crema por encima de la ropa. También se pusieron un crucifijo de metal colgado encima de la sotana. Los tres iban sentados en el asiento delantero mientras que mi madre, Héctor, Ricardo y yo íbamos en el asiento de atrás. En todo el trayecto nadie decía una palabra excepto algunos intercambios casi monosilábicos entre mi padre y Ligó Cabral.

La idea era que si nos obligaban a parar antes de entrar en la embajada y si nos interrogaban, la historia sería que se trataba de una viuda con sus hijos que quería emigrar al Brasil y que la orden de curas la estaba ayudando con los trámites. Aquí deseo declarar en forma categórica y clara que ninguno llevaba arma de fuego, ni de filo, ni de ningún tipo. De hecho, mi hermano Ricardo dice que oyó a mi padre decir la noche anterior que iríamos completamente desarmados para que no pudieran alegar que éramos criminales si nos paraban.

Creo que alrededor de las 9:30 o 10:00 de la mañana, el carro se acercó a la embajada. Por lo que yo podía ver, en esos momentos la calle estaba vacía, con la excepción de un hombre vestido de civil que estaba parado en la esquina justo delante de la embajada, a un lado de la entrada. Trujillo tenía todas las embajadas resguardadas por los agentes secretos. Ligó era el que iba manejando y a varios metros de la entrada de la embajada de repente aceleró la marcha y viró rápidamente hacia la entrada de la embajada. Al notar esto, el hombre parado en la esquina sacó una pistola del saco, hizo un disparo y gritó “¡alto!” a la vez que el carro entraba a toda marcha dentro de la embajada. Sentí, un golpe, no sé si contra la acera o contra uno de los portones, seguimos rápidamente hacia adentro y luego el carro chocó contra un auto que estaba estacionado mucho más adentro.

De repente empecé a oír disparos por todos lados. Se trataba de muchas pistolas disparando al mismo tiempo. Mi mamá nos gritó “¡agáchense al suelo y griten!” lo que hicimos todos los que estábamos atrás. Mi hermano Alberto me contó recientemente que él miró rapidamente hacia atrás y vio a un calié sobando una ametralladora, trató de agacharse y cree que luego oyó la ráfaga de tiros entre los disparos. Yo le pregunté sobre eso a Ricardo y a mamá, pero ellos no recuerdan haber oído el sonido de ametralladora, posiblemente fue una ráfaga corta. Entre la lluvia de disparos y los gritos incesantes, sentía como si el mundo que yo conocía se desintegraba hacia un caos total. No sé cuanto tiempo pasamos agachados en el carro gritando y oyendo los disparos, pero me pareció algo interminable. Empecé a oír voces de hombres alrededor del carro. Oí que golpeaban los vidrios pero yo no podía ver nada porque mi cara miraba hacia el piso del carro. Mi madre me cuenta que ella gritó "abran las puertas o nos van a matar a todos". No sé si de inmediato o poco después, mi padre le dijo a mi hermano Albertico que abriera la puerta, lo que hizo mi hermano y trató de salir. En ese momento, mi madre vio cuando un calié agarró a mi hermano mayor y empezó a forcejear con él. Mi madre me dice que vio cuando el calié le dio una trompada a mi hermano en la cara. El mismo calié u otro (mi madre no está segura de dónde salió el disparo puesto que todo estaba ocurriendo muy rápido, pero ella cree que fue del mismo calié, que es lo que también recuerda mi hermano Alberto) le disparó en el estómago lo que hizo que mi hermano cayera en el suelo. Mi padre había salido del carro a defender a mi hermano y me cuenta mi hermano Alberto que papá agarró la mano del calié que tenía la pistola y con el otro brazo lo agarró del cuello logrando controlarlo por unos segundos para que no le disparara de nuevo. Mi hermano Alberto vio cuando, segundos después, otro calié le disparó a mi padre en la cabeza casi a quemarropa lo que hizo que mi padre se desplomara en el suelo (Este enfrentamiento yo no lo vi porque yo estaba agachada en el carro mirando hacia el suelo, mi hermano Ricardo me dijo que él tampoco lo vio). Lo anterior es algo que al fin logré que mi madre me lo contara recientemente ya que ella nunca ha querido hablar en detalle sobre la forma en que le dispararon a mi padre en la cabeza. Lo mismo con Alberto. A pesar de que sufre de trastornos post-traumáticos y de principios de demencia, ultimamente ha estado más comunicativo y logré hace unos días que contestara a mis numerosas preguntas sobre los hechos en varias conversaciones (si bien con su estilo breve de hablar). Alberto también me contó que luego a los dos, a él y a papá, los sacaron arrastrados hacia afuera de la embajada.2  Yo no me daba cuenta de lo que estaba pasando porque estaba agachada. Lo que sé es que después de que pararon los disparos, sólo oía los mandatos de los hombres alrededor del carro. En forma autoritaria alguien nos ordenó a los de atrás “¡salgan todos!” Salimos lentamente del carro confundidos. Al levantarme vi que Ligó estaba tirado en el asiento delantero con una herida en el estómago.3

Los agentes nos ordenaron a que saliéramos del recinto de la embajada hacia la acera. Al virar, pude ver los ojos de las personas que estaban dentro de la residencia quienes miraban horrorizados por una especie de persianas en las ventanas. Mi madre me contó recientemente que ella también los vio. Yo iba detrás de mi hermano Héctor y vi que lo sacaban del recinto a punta de pistola sobre su sien. Al salir hacia la acera vi a mi hermano mayor Alberto tirado en la calle con dos agujeros de bala en el estómago. Tenía los ojos cerrados por lo que pensé que estaba muerto. Al pisar la acera miré hacia la derecha y ahí me impactó la horrible imagen de mi padre que nunca se borrará de mi mente. Le habían disparado en la cabeza y tenia el rostro deformado. Todavía respiraba por la boca llena de sangre, pero no sabía si estaba consciente. Sabía que respiraba porque la sangre le hacía burbujas en la boca. Además, a veces movía las piernas. Yacía en la sotana de religioso con los brazos abiertos a la vez que, de la misma forma, el crucifijo todavía le colgaba en el pecho. La amarga ironía de esas dos imágenes juntas es la que siempre ha creado una enorme contradicción en mi mente sobre la religión y la protección divina que nos enseñan que existe.

El lugar estaba lleno de agentes vestidos de civil (supuse que eran todos calieses) que daban órdenes por todos lados. No sé cómo pudieron llegar tantos hombres al sitio tan rápido ni de dónde salieron porque yo recuerdo sólo haber visto esa mañana a un solo hombre parado en los alrededores. Aparentemente Trujillo tenía las embajadas más resguardadas de lo que la gente se imaginaba.4

Mi hermano Ricardo, de 13 años, tenía una herida de bala en la cabeza por lo que sangró muchísimo (las heridas en la cabeza sangran profusamente), pero por suerte fue un impacto lateral y no le entró en el cráneo. Mi vestido estaba empapado de sangre en toda la parte delantera pero yo no sentía ninguna herida. Sólo sentía una leve quemazón en la espalda (resultó ser simplemente el roce de una bala fría). Estoy segura de que la sangre que había manchado profusamente mi vestido era de la herida de Ricardo ya que él iba sentado a mi lado en el carro.

Mi madre tenía una herida de bala en la muñeca pero parecía que no sentía nada, pues sólo trataba de ir a donde estaba mi padre tirado. Un par de agentes le gritaban en forma arrogante y la empujaban hacia atrás como a un animal, pero ella no desistía, quería estar a su lado para atenderlo. De repente, un calié la agarró de los cabellos y la golpeó fuertemente en la parte trasera de la cintura con una macana (a mi hermano Alberto le parece que fue con la culata de una ametralladora que la golpeó, segun él lo recuerda) y la obligó bruscamente (empujándola con fuerza hacia abajo por los cabellos como a un animal) a que se arrodillara en la acera al lado izquierdo de la entrada a la embajada, gritándole con arrogancia "arrodíllese ahí!". La forma en que trató a mi madre, como a un animal, cuando ella estaba desesperada ante su marido moribundo, ya herida de bala, es algo que nunca se borrará de mi mente, jamás. Ninguno de los agentes mostró ninguna misericordia; todo lo contrario, hacían desmanes y gritaban con arrogancia. 

Tal como mi padre lo había previsto, las personas que trabajaban en el edificio de enfrente, y supongo que personas de otras partes, habían salido a la calle al oír los disparos. Había mucha gente en las aceras al otro lado y algunas gritaba desesperadas: “¡No los maten, asesinos, no los maten! ¡Son niños, no los maten, criminales, son niños!”


undiadejulio.blogspot.com






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Embajada de México atacada varias veces por turbas
           

Resulta obvio que, por algún motivo sin lógica o por alguna razón oculta, Trujillo también se obsesionó con la embajada de México en Ciudad Trujillo en los meses de julio y agosto de 1960 hasta el momento en que, al igual que otras embajadas latinoamericanas, la embajada mexicana cerró sus puertas debido al rompimiento de relaciones con el régimen de Trujillo acordado en la Reunión de Cancilleres en San José, Costa Rica a mediados de agosto de 1960 por el atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt. Antes de ese rompimiento, la embajada de México en la capital dominicana fue objeto de varios ataques de turbas del régimen y de violentos intentos de “asilo en masa” de supuestos “antitrujillistas”, pero que resultaron ser nada menos que paleros del régimen. Las turbas rompieron ventanas, hirieron a un par de funcionarios mexicanos y hasta penetraron a la fuerza en la sede diplomática para sembrar el caos y el terror. Luego, las autoridades dominicanas llegaban, siempre demasiado tarde, a controlar la violenta situación que el mismo régimen había creado.

Tal como lo señalan algunos investigadores, es probable que estos ataques de las turbas tuvieran el propósito de obligar a la embajada a exigir la presencia de guardias en sus inmediaciones para protegerse de las turbas. Debido al asalto a la embajada de Brasil el 7 de julio de 1960, las sedes diplomáticas en el país exigieron que les retiraran los agentes secretos y cualquier personal uniformado de sus inmediaciones puesto que el único propósito de los agentes paramilitares y militares era interceptar violentamente a los dominicanos que recurrían a dichas sedes en busca de asilo. El régimen se habia visto obligado a ceder a esta exigencia para no empeorar su situacion ya que el 18 de Agosto se iba a celebrar la reunion de cancilleres en que se iba a decider si imponerle sanciones económicas y diplomáticas al régimen o no. Con la acción de estas turbas, la dictadura obligaba a la embajada a solicitar desesperadamente a los agentes armados que antes había rechazado, poniendo así a los diplomáticos mexicanos en una posición paradójica, ridícula y humillante. A continuación pueden apreciar algunos artículos sobre estos peligrosos ataques.
 



  



  
 El siguiente ataque fue anterior, ocurrió días antes del 28 de julio, 1960:




Joven es acribillado a la entrada de la embajada de México


Gilberto Perez Jimenez, joven que quedó herido de bala, pero que sobrevivió gracias a la intervención de los secretarios de la embajada mexicana. Fue herido por los calieses que rodeaban las embajadas al tratar de asilarse en la embajada de México.
 





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Embajada de Argentina

Los siguientes párrafos y las fotos provienen de la página de recuerdos de María Magdalena Escobar, hija del embajador argentino en Ciudad Trujillo en 1960, el Dr. Enrique Escobar Cello. La hija del embajador de Argentina ha tenido la gentileza de compartir sus valiosos recuerdos y sus fotos en su portal, ayudando con esto a documentar la odisea de los que se resistieron o lucharon en contra de la dictadura.





Escuchaba sus historias, realmente terribles, estaban muchos de ellos lastimados por las torturas; unos con quemaduras de cigarrillos, otros por la picana en los genitales, vagina, lo inimaginable. José Frank, mientras estaba en la silla eléctrica, le quemaban las piernas con periódicos encendidos. Con mi madre los curamos, llevábamos al médico escondido en el baúl del Impala cuando ya noche cerrada no quedaba personal doméstico.

Testimonio de María Magdalena Escobar, hija del embajador argentino en RD en 1960, Dr. Enrique Escobar Cello
Recuerdos de mi vida II
Pueden leer mas en: http://chinaescobar2.blogspot.com/ 

(José Frank, como otros, entró corriendo a la embajada bajo una lluvia de balas.)

  

  

   

Pueden ver en YouTube unas nueve fotos más de varios de los 50 y tanto asilados que habían encontrado refugio en la embajada de Argentina: https://www.youtube.com/watch?v=PndBUGFiPro

Los recuerdos de María Magdalena (China) Escobar, hija del embajador de Argentina en nuestro país en 1960, se encuentran en el siguiente portalhttp://chinaescobar2.blogspot.com/ 

En otro portal, María Magdalena Escobar, hija de ese valiente diplomático argentino y de doña Elsa, su señora esposa, quienes les salvaron la vida a decenas de dominicanos, comenta lo siguiente:

"En 1960,mi padre, el Dr. Enrique Escobar Cello fue Embajador Argentino en República Dominicana, con mi madre, y el Dr. Read, escondido en el baúl del auto, curamos y atendimos las terribles heridas de 50 asilados, heridas de torturas. Entre ellos, Sina Cabral Mejia, Rafael Gomez Pérez, Abel Rodriguez del Orbe, José Frank y muchos mas que no recuerdo el nombre, unos estaban en la Residencia y el resto en Cancillería Argentina, a mis 20 años fui con un joven argentino casa por casa, a buscar dinero y cartas de sus familiares.

La OEA habia roto relaciones asi y todo pudimos mandarlos a nuestro País en busca de la LIBERTAD, muchos de ellos nos esperaron en Ezeiza con gran cariño, dado que hasta la comida les era servida por mi madre y yo, el Servicio de inteligencia, los esperaba al servicio doméstico, todos los días, nos ponían micrófonos y tenían prohibido atenderlos, tenían terror. Pasamos momentos muy difíciles que le costaron la salud de mi padre.

Nunca tuvimos la satisfacción de un reconocimiento de ese querido país, no importa Dios sabe que hicimos todo para que estén bien y vuelen a un pais grande en ese momento cuando vivíamos una verdadera democracia."

(Fin de la cita)

Estos asilados se habían metido desesperados en la embajada después de salir de los centros de tortura cuando la dictadura los soltó (temporalmente) por presiones de la OEA y la comunidad internacional. Sabían que la costumbre era "desaparecer" a los presos políticos después de que los "liberaban" (para lavarse las manos) y por eso buscaban asilo en las embajadas.

Hasta hoy, el antitrujillismo y el pueblo dominicano en general están endeudados con el embajador de Argentina, Dr. Enrique Escobar Cello, y su familia por las decenas de vidas que salvaron poniendo sus propias vidas en riesgo. Desde esta página le rendimos nuestro tributo y agradecimiento a la solidaria familia Escobar por todo lo hizo en esos difíciles días de nuestra lucha por la liberación del pueblo dominicano.
oooooooooooo

Sina Cabral recuerda: 
1960, o la embajada argentina jugándosela

El día 9 de agosto en la mañana recibimos la orden de recoger nuestras pertenencias para llevarnos a nuestras casas. Tan pronto llegué a Salcedo a través de mi amiga del alma, la única que me visitó en La Victoria, Altagracia Gil, hice contacto con el grupo del cual formaban parte Yolanda Bloise de Brito, René Sánchez Córdoba y Rubén Echevarría.

Por otra parte, Salvador Sturla contactó al Primer Secretario de la Embajada de México, para que me recibiera en calidad de asilada política.

Ya realizados los contactos, comuniqué a mis padres mi decisión, la noche anterior a realizar mi asilamiento, asegurándoles (que) no correría ningún peligro, pues serían dos los vehículos que participarían, y los compañeros estarían armados. Aunque no era cierto, la versión los tranquilizó. Estaba decidida, y prefería (que) me mataran en el jardín de la Embajada, como ya había sucedido a otros, antes que permanecer indefensa, sujeta a los caprichos de una fiera agonizante. Nunca olvidaré el sollozo de mi padre, en su abrazo de despedida, sin saber cuándo volveríamos a vernos, si era que el asilamiento resultaba exitoso.

A las 6.00 AM se iniciaba la vigilancia de mi casa, lo que hacía necesario salir de madrugada, así lo combiné con el chofer que viajaba a Santo Domingo, miembro no conocido del movimiento, quien de inmediato accedió a cambiar la hora de salida. Mi mamá viajó conmigo. Quedó donde unos parientes, y a Polo, que así se llamaba el chofer, para no comprometerlo, acordamos (que) dijera (que) me dejó en la iglesia del Carmen. En realidad me desomonté en la residencia de Yolanda Bloise, donde ya me esperaban los compañeros mencionados anteriormente. Me informaron (que) el asilamiento, por razones de seguridad, debería realizarse en la Embajada Argentina, donde ya otros compañeros lo habían hecho. Leí una página de la Biblia que Yolanda me señaló, y de inmediato me fui con ellos. Me señalaron la casa "en la Pedro Henríquez Ureña" (sic), y me dejaron a una cuadra de distancia, de la puerta de la verja, que era baja. Nos intranquilizó un cepillo en vía contraria, lo que provocó que yo entrara al jardín de la casa vecina equivocadamente, y que ellos casi chocaran el carro en que regresaban del supermercado la Embajadora y su hija. Al darme cuenta de mi equivocación, ya estaba dispuesta a saltar el seto vivo que separaba ambas residencias, pero al ver al cepillo seguir su camino, salí a la acera y toqué normalmente a la puerta de la embajada. Pregunté por el Embajador o por su esposa, no estaban y me pidieron que esperara, al momentito, muy sonriente y amable, pero algo nerviosa, porque unos locos habían estado a punto de chocarlas, hizo su aparición Doña Elsa Escobar Cello. Yo esperaba sentada en el vestíbulo fumando un cigarrillo, vicio al que me introdujo María Teresa en La Victoria, y que fue motivo de muchas bromas.

Al manifestarse el motivo de mi presencia, se comunicó de inmediato con su Cancillería, y rápidamente estuvo con nosotras el primer Secretario de la Embajada, el Señor Sierra.
Me procuraron un ejemplar del libro Complot Develado (escrito en la 40 por Fefé Valera Benítez) donde los anteriores asilados habían subrayado las fotos de las personas que a juicio de ellos corrían mayor peligro de muerte, entre ellas estaba yo.

A la sazón ya era inminente la celebración de la Quinta conferencia de Cancilleres en Costa Rica, donde se juzgaría la paternidad de Trujillo del frustrado atentado contra la vida del presidente constitucional de Venezuela Rómulo "Bethancourt" (sic). Ante la inminendia de las sanciones diplomáticas y económicas al régimen, el Embajador Don Enrique Escobar Cello, me llamó aparte y me explicó (que) si la ruptura de relaciones diplomáticas se producía antes de nuestra salida hacia su país (que) nosotros quedaríamos desprotegidos, ya que únicamente ellos y su personal conservarían la inmunidad. Me preguntó si contaba con alguien que me escondiera en el caso de que a ellos los conminaran a salir, y yo le contesté que no, haciéndole notar que había otras cosas peores que la muerte, a lo que él me aseguró que nunca me abandonaría. Mi agradecimiento a tan responsable diplomático y a toda su familia será eterno.

Los embajadores y su hija me acogieron como a un miembro más de su familia. Podía salir al patio a jugar con su perrita, después de retirado el servicio doméstico. Un día en que departíamos en la sala, voces alteradas de personas nos hicieron tirarnos al piso. Era el grupo de los Valera Benítez, Hugo Toyos y su esposa Queyita Santos en busca de protección diplomática. Luego llegó José Frank Tapia después de sufrir un vía crucis de irresponsabilidad, luego Evangelina Leroux.

Vehículos de la Embajada Argentina nos escoltaron hasta la Cancillería, en busca de nuestos pasaportes. Allí fuimos contemplados por los empleados como extraterrestres.

El día 26 de agosto, escoltados también por vehículos de la legación diplomática, nos dirigimos al aerpuerto de Punta Caicedo, yo bajo la vigilancia permanente del Señor Sierra, Primer Secretario de la Embajada, con instrucciones del Embajador de no tomar ni agua en el aeropuerto y no separarse bajo ningún concepto de mí hasta que no estuviera en el asiento en el avión. Viajamos por la línea aérea Varig, de la cual en ese momento era funcionario -Papy- Rodríguez Villeta, quien me imagino sufrió un mundo viéndonos escapar del tirano.

Tomasina Cabral Mejía (Sina Cabral).



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El caso de las tres embajadas

(Venezuela, Ecuador y Brasil)

Uno de los grupos de asilados que conocimos en Río de Janeiro (no les puedo decir cuantos eran ni quienes eran todos exactamente) estuvo encerrado en la residencia diplomática por unos dos años, yo calculo. Creo que los primeros que se habían asilado en lo que era entonces la embajada de Venezuela fueron los tres hermanos Moreno y otros que hoy yo no podría identificar, a quienes Trujillo se negaba a darles el salvoconducto para que salieran del país. A ese primer grupo se le fueron sumando otros asilados, hasta que creo que el grupo de asilados atrapados en esa sede llegó a unos 30 asilados o más. Los primeros en entrar creo que pasaron más de dos años encerrados y los demás menos tiempo, pero todos ellos sufrieron la incertidumbre y la desesperación de encontrarse hacinados y encerrados en una residencia rodeada de calieses y militares armados, sobreviviendo a base de alimentos racionados, durmiendo en el suelo, etc.

Diana González nos contó que varios de ese numeroso grupo de asilados se asilaron primero en la embajada de Venezuela en 1958. Entonces, cuando Venezuela rompió relaciones diplomáticas con el régimen en 1959, con el fin de que los asilados no quedaran desprotegidos y expuestos a la captura segura de los agentes, nos contó que en el momento en que el embajador de Venezuela le entregaba la carta de rompimiento al canciller dominicano, en ese mismo momento el embajador del Ecuador le entregaba la carta al canciller informándole que esa sede (la residencia diplomática ubicada en la Máximo Gómez) pasaba a ser la nueva sede de la embajada de Ecuador. Posteriormente, cuando Ecuador hizo lo mismo, es decir, cuando rompió relaciones diplomáticas con el régimen, en el momento en que el embajador ecuatoriano le entregaba la carta de rompimiento de relaciones al canciller dominicano, en ese mismo momento el embajador brasileño le entregaba una carta al canciller informándole que a partir de entonces, esa sede se convertía en la embajada de Brasil o en una dependencia/oficinas de la embajada, no recuerdo. De esta forma los asilados originales, más los que se fueron asilando después, no perdieron la protección diplomática y estuvieron encerrados en la misma residencia de la Máximo Gomez bajo tres banderas. Lo más importante se había logrado: Mantener a los asilados protegidos bajo el derecho de asilo al amparo de los embajadores de estos tres países quienes se sacrificaron para salvarles la vida a todos estos perseguidos políticos.

El sacrificio de estos embajadores, sus familias y los funcionarios de las embajadas fue mucho mas allá que soportar la actitud amenazante del gobierno trujillista hacia ellos y sus familias por tener la osadía de rehusarse a entregar a los asilados, fue mucho más allá que la enorme incomodidad de tener a tantas personas alojadas en la residencia diplomática, con gente durmiendo en fila en el suelo de la sala y donde hubiera espacio y de tener que racionar la comida. Porque, además, el régimen trujillista se aseguró de que esa vida encerrada y hacinada se convirtiera en un verdadero infierno para los asilados, el embajador y su familia. Diana y otros nos contaron que les habían cortado la luz, el agua y que el régimen hasta les había hecho zanjas alrededor de la residencia para que no pasaran los carros del embajador y los funcionarios con comida para su familia y los numerosos asilados. Nos contaron que el embajador y su esposa (no sé de cual o cuales de los tres países) tenían que traer la comida en fundas a pie pues, debido a las zanjas, los carros no podían pasar.

Deseo comentar, a manera de anécdota, que uno de los hermanos Moreno (según recuerda mi madre, fue Luis) se había dejado crecer el pelo cuando estaba en la embajada porque hizo una promesa de que no se lo cortaría hasta que cayera la dictadura de Trujillo. Cuando nosotros lo conocimos en Brasil tenía el pelo largo en una cola.

También nos contaron que como habían pasado tanto tiempo encerrados algunos de los asilados se volvieron bastante excéntricos. Por ejemplo, como racionaban la comida dentro de la embajada, uno de los asilados medía las porciones que le tocaba a cada asilado con exactitud matemática. Nos contaron que usaba una regla para medir las porciones del queso (cuando les compraban queso) en forma sumamente precisa y bajo mucha tensión para no equivocarse.

También nos contó Diana que en la embajada ellos se mantenían alejados de las ventanas pues Trujillo tenía esa embajada rodeada de gente armada. Nos contó que en una ocasión uno de los niños se había trepado en una ventana y que afuera estaba parado un calié listo para agarrarlo. Diana dice que ella se acercó al niño sigilosamente para no asustarlo y que no fuera a perder el balance y rapidamente lo atrapó en sus brazos.

Cuando se metió un calié en la embajada haciéndose pasar por un perseguido político (habían llegado a la conclusión de que era un calié) le dijeron al calié que uno de los asilados estaba medio loco y que tuviera cuidado. Ese tal “loco” de noche se acostaba al lado del calié y una o dos noches sacó un cuchillo afilado y se quedó mirando al calie con ojos de loco haciendo desmanes con el cuchillo. Al día siguiente el calié se desapareció de la embajada.

Diana González y creo que uno de los hermanos Moreno nos contaron en Brasil que cuando salieron de la embajada en Ciudad Trujillo el personal de la embajada (posiblemente con voluntarios de otras embajadas cercanas) se paró afuera en dos hileras haciendo una especie de “túnel” humano de protección, tomados de las manos para que por el medio pasaran los asilados hasta subir en el autobús que los llevaría al aeropuerto. Detrás de los que formaron el túnel humano estaban parados agentes armados del régimen con miradas agresivas. Les habían dado a los asilados unas banderas brasileñas para que varios se agarraran de cada una de ellas al salir de la residencia en señal de protección diplomática. No recuerdo si me dijo que se montaron en uno o en dos autobuses. Me contó que el autobús, o los dos autobuses, también llevaban banderas brasileñas en los lados en señal de protección diplomática.

A continuación, podrán cerciorarse de que la prensa internacional de la época avala lo que los asilados nos habían contado gracias a la información que los periodistas obtenían de parte de los diplomáticos y gobiernos afectados:

Abajo, los dos artículos señalan que el régimen trujillista no les concede el salvoconducto a 13 asilados que se encuentran en la embajada de Venezuela en Ciudad Trujillo. En el cuarto párrafo del segundo artículo (The Victoria Advocatedice que el régimen le ha cortado la electricidad y el agua a la embajada, confirmando lo que nos contaron los asilados en Río de Janeiro. Agrega que también ha obligado a los sirvientes de la embajada a que renuncien a su trabajo. Noten que fueron publicados en 1959.

La autora, Eva J. Abreu, presenta muchos recortes de la prensa internacional que documentan los vejámenes a la embajada que ella describe más arriba. Por falta de espacio, omitimos dichos recortes, pero los lectores interesados pueden encontrarlos en el siguiente enlace:




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Las falsas embajadas


Escudo auténtico de la embajada de Argentina en Ciudad Trujillo


Ya estando en Estados Unidos, mi madre me contó un par de veces que cuando un país rompía relaciones diplomáticas con el régimen trujillista, a menudo el régimen le dejaba (o le colocaba) el escudo y la bandera del país a la residencia donde había estado la sede diplomática. De esta forma, cuando antitrujillistas se “asilaban” en esas viviendas/oficinas creyendo que todavía eran embajadas, cuando entraban lo que encontraban era calieses esperando a sus víctimas. La prensa del régimen no publicaba nada sobre el rompimiento de relaciones con equis país por varios días o semanas para usar la sede como trampa mortal. Esa era una de las razones por las que era tan importante escuchar clandestinamente las estaciones de radio de otros países. No sé si esto era algo que mi madre sabía desde que vivíamos en Santo Domingo o si fue algo que le contaron sus hermanas o amigas que nos visitaban después de la caída del régimen.

Hace unos años leí un caso de un joven que se fue a asilar a la embajada de Cuba a finales de los cincuentas, supongo que sería en 1959. El artículo fue escrito por su amigo y éste comentaba que cuando vieron que su vida corría peligro o cuando lo soltaron de la cárcel como preso político (no recuerdo las circunstancias), él acompañó a su amigo hasta un par de cuadras antes de llegar a la embajada de Cuba. Luego, su amigo siguió caminando hacia la embajada mientras el autor del artículo lo observaba disimuladamente desde detrás de una pared esquinera. Vio cuando su amigo entró a la embajada de Cuba sin ningún problema. Ese amigo escribió en el artículo que más nunca supieron del "asilado" hasta nuestros días. Si algún día encuentro el artículo de nuevo o el nombre del desaparecido, lo copiaré en esta página.

Cuando leí sobre este caso, no asocié las dos cosas. Después me acordé de lo que me había comentado mi madre. Como dice el artículo más abajo, a finales de los cincuentas Cuba rompió relaciones con el régimen. Yo sospecho que su amigo pudo haber caído en la trampa y que cuando entró en la "embajada", los calieses lo atraparon para luego desaparecerlo en una mazmorra. De lo contrario, ¿cómo se explica que desde ese momento en que entró en la embajada cubana no se ha sabido nada de él durante más de 50 años?

En 1959 Cuba rompió relaciones diplomáticas con el régimen. Luego, a mediados de 1960, rompieron relaciones con RD los siguientes países: Colombia, Perú, Bolivia y Ecuador, además de Venezuela por segunda vez. Finalmente, a mediados de Agosto de 1960, por acuerdo multilateral en la Reunión de Cancilleres en San José, Costa Rica, todos los demás países del hemisferio (excepto Canadá) rompieron relaciones diplomáticas con República Dominicana.

Recientemente (en junio de 2016) obtuve una confirmación por parte del ingeniero e historiador José Israel Cuello en el programa Revista 110 de Julito Hazím (Ver en YouTube Cuello relata destino de combatientes 14 de junio - hora:1, minuto:15, segundo:25) cuando comentó sobre las sanciones de la Reunion de Cancilleres en Agosto de 1960: "Se ordena romper las relaciones de todos los países con la República Dominicana, entonces dejan las embajadas practicamente abandonadas, pero adentro calieses esperándolos y entonces se producen centenares de asilos en esas embajadas y que los recogen y los matan."

También había leído un artículo que brevemente comentó precisamente eso que me contó mi madre: Que les dejaban o que les ponían la bandera y el escudo al inmueble cuando ya equis país había roto relaciones diplomáticas con el fin de usar la ex embajada como una trampa. No tomé nota del título ni del periódico en que se publicaron esos dos artículos porque en esos años yo ni soñaba con crear un portal sobre Trujillo y las embajadas y el sangriento atropello a mi familia.

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  Embajada de Cuba

    
En un régimen como el de Trujillo, el más totalitario del continente, creer que este ataque por esta turba fue una acción autónoma, supuestamente organizada por un grupo de exiliados cubanos sin la aprobación, la cooperación y probable iniciativa del régimen sería poner de manifiesto una ingenuidad excepcional. Inclusive, no sería de extrañar que la tal turba que la prensa trujillista identificó como "cubanos" estuviera compuesta principalmente por paleros dominicanos.




 

Febrero 1, 2012

(Cuba en Sucesión. Criterios y Opiniones)


(A continuación un extracto)


La famosa emisora radial cubana “Radio Reloj”, transmitía la noticia de la agresión sufrida por los diplomáticos cubanos. Eso ocurría, en el intervalo de tiempo entre la agresión mañanera y el regreso a la casa de la Embajada cubana. Radio Reloj informaba que los diplomáticos se encontraban bien.

Al escuchar la noticia, Gloria Amelia decide llamar por teléfono a Ciudad Trujillo. Logra hablar con Riva Patterson, que le dice que se dirija hacia el Ministerio de Relaciones Exteriores en compañía de su hermano Armando y que le diga al Ministro Agramonte que tienen que regresar los cuatro. Que resultaba imposible la permanencia en Santo Domingo. Esta comunicación telefónica sucede minutos antes de comenzar el asalto a la Embajada.

No bien se retiró el Embajador del Perú se produjo un silencio extraño. Los ruidos de la calle desaparecieron, cesó el tráfico.

Riva Patterson y Ricardo Suárez salieron a la terraza. Uno de ellos se asomó al balcón. Enseguida, alarmado, llamó a su compañero: “Mario, asómate a aquí, han retirado a los policías”.

Era un indicio sospechoso. Ambos se dirigieron al saloncito de la planta alta. Allí se encontraba Díaz del Real. Pocos momentos después oyeron motores de guaguas y camiones, acompañado de una gritería ensordecedora.

En ese instante, se confirmaron los recelos. En la calle se alzó un rumor de gritos e injurias. Eran aproximadamente 150 personas lanzando piedras sobre la fachada de la sede diplomática. Los cristales de las ventanas saltaron hecho añicos. Una turba frenética se lanzaba al asalto de la Embajada, a los gritos de: “Abajo el asesino Fidel Castro” y vivas a Batista y al Generalísimo Trujillo.

Todas las puertas exteriores de la casa tenían grandes rejas de hierro que, por precaución, se encontraban perfectamente cerradas. Julio Cruz, el más joven de los cuatro, muy indignado, quería salir.

“Tranquilo”, le dijeron. “Que sabes tú de una turba sin control?”. “Déjalos que griten mientras solo hagan eso”.

Pero no era eso lo que se proponían los furibundos esbirros batistianos.

A prudente distancia se apostaron centenares de curiosos para disfrutar del espectáculo.

La puerta de la Embajada resistió la primera acometida. Surgieron entonces patas de cabra y mandarrias. La puerta se vino abajo. Seguidamente, la turba corrió desenfrenadamente por jardines y portales.

Afortunadamente, los cuatro diplomáticos se encontraban en el interior de la casa. Pronto llegaron a la conclusión de que los asaltantes podían entrar desde cualquier dirección y de común acuerdo subieron, a todo lo que le daban las piernas, al piso superior de la casa.

Julio Cruz, empuñando su pistola, se disponía a disparar contra uno de los asaltantes que casi tenía derribada la puerta de entrada, pero entre Díaz del Real y Riva Patterson le contuvieron, diciéndole (tal vez pensando que los asaltantes solo se dedicarían a destruir) que aun no había llegado el momento.

Batistianos y trujillistas se extendieron por toda la planta baja, emprendiéndola con los muebles y las tapicerías. De pasada echaban mano a cuanto objeto de valor encontraban a su paso.

“Están arriba, vamos a cogerlos”, gritó uno de ellos.

Los diplomáticos se refugiaron en el último cuarto. La planta alta tenía una terraza al frente, un salón donde había un radio, sofás y butacas. Un corredor largo al cual daban las habitaciones y al final una habitación más grande, con baño, que era la utilizada por Riva Patterson.

Entre la habitación y el corredor, estaba ubicado un pantry con un refrigerador. Para llegar a esa habitación, debían atravesarse dos puertas. Si las puertas permanecían abiertas, se veía todo el corredor.

Entraron corriendo y cerrando, a su paso, ambas puertas, mientras escuchaban los gritos y los destrozos que causaban en la planta baja. Sintieron los pasos cuando los asaltantes comenzaron a subir la escalera.

Julio y Ricardo miraban, por las ventanas que daban al fondo. Comprobaban si desde esa dirección podían ser atacados.

Mientras tanto Riva Patterson y Díaz del Real empujaban un escaparate contra la puerta de la habitación. Todavía tenían esperanza de que aquella turba se contentara con destrozar la casa.

Al frente de la turba marchaban tres de los peores esbirros del marzato: Ventura Novo, Conrado Carratalá y Lutgardo Martín Pérez.

Segundos más tarde, los diplomáticos, ahora sitiados, sentían como derribaban la primera puerta. Cuando Díaz del Real y Riva Patterson intentaban bloquear la segunda puerta, una ráfaga de ametralladora pasa entre ambos, haciendo saltar pedazos de gavetas y puertas del escaparate que cayó al suelo. Las balas se incrustan en la pared del fondo. La segunda puerta cedió a golpes.

Las balas llegaban silbando, desde la calle, a través de una ventana lateral.

Suponían, tal vez, que los diplomáticos se encontraban desarmados. Escucharon la voz de Ventura diciéndole a uno de los asaltantes que entrara por el hueco en que se había convertido la última puerta. Sonó el disparo inconfundible de un revólver 38. Era un tiro imposible de fallar. Le habían acertado en la frente.

El asaltante muerto quedó atravesado en lo que había sido la puerta del cuarto.

La turba arremolinada en el corredor, ahora corría hacia atrás, en dirección a Carratalá, que se había quedado "rezagado". Algunos entraron en las habitaciones colindantes, efectuando disparos hacia la habitación.

Como quiera que la puerta se encontraba medio destruida, desde el corredor y la sala los asaltantes divisaban parte de la habitación de los sitiados, los cuales se habían refugiado dentro del baño.

Éste era el lugar que más seguridad les ofrecía, dado a que su posición (dentro del cuarto) hacía un ángulo recto en relación a la puerta de entrada. En contraposición, no tenían visibilidad hacia el corredor. Uno de los sitiados permaneció vigilando la puerta de entrada.

Los asaltantes intentaron varias veces irrumpir, pero uno o dos disparos les bajaron los ánimos. La situación se estabilizó por un tiempo.

La habitación era amplia, era casi un salón. Situada en una de las mesas de noche, se encontraba un teléfono directo. Por supuesto que aquella casualidad no había sido planificada, ni mucho menos, pero resultó ser de incalculable valor para los sitiados. Las comunicaciones servirían para que en el exterior de la Embajada conocieran que aun estaban con vida.

La turba, mientras tanto, se dedicaba a destruir la casa. Buscaban, por el jardín, la forma de atacar la habitación. Si los asaltantes lograban entrar, eran hombres muertos. La única esperanza era mantenerlos a raya con las pocas balas que les quedaban.

Díaz del Real tenía un machete en la mano. Nadie sabía de dónde había salido, ni nadie le preguntó. Supusieron que fuese algún adorno. Blandiendo el machete dijo: "Para cuando se acaben las balas".

"No creo que te sirva de mucho", le dijo Riva Patterson. Ambos se miraron unos instantes.

"Sabes que estás pálido como un muerto?", le preguntó.

"Te imaginas que tu luces muy bien?", ripostó Riva Patterson.

"Hasta tienes peste a muerto".

No hubo risas, pero la tensión se calmó un poco. El más calmado de todos era Ricardo Suárez. Julio Cruz se movía, por el baño, como una fiera enjaulada.

Sonó el teléfono. Increíblemente funcionaba. "Ve al teléfono", le dijo Díaz del Real a Riva Patterson. "Tú conoces mucha gente aquí. Es posible que puedas pedir ayuda".

El problema consistía en que, para llegar al teléfono tenían que pasar por delante de la puerta, con muerto y todo incluido.

"Coge impulso", dijo Ricardo Suárez. "Cuando vayas a pasar, yo disparo hacia el corredor".

Esta maniobra suponía que dos de los sitiados debían salir del baño. Uno para el teléfono y el otro mantenerse de guardia, para evitar la irrupción de los asaltantes dentro de la habitación, al percatarse de que uno de los sitiados se encontraba distanciado del resto.

Apoyando un pie en el borde de la bañadera y mientras Ricardo disparaba dos veces hacia el corredor, pasó por delante de la puerta yendo a estrellarse contra la pared, al lado mismo del teléfono. Varios disparos, de los asaltantes, fueron a parar a la pared del fondo.

Ahora, tirado en el suelo, se tapaba con el colchón de la cama, en vano intento de protegerse de las balas enemigas. Levantó el auricular. Era una llamada del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba que, enterados por los cables, de los sucesos de la mañana, preguntaban por los pormenores de lo ocurrido.

Nunca llegaron a precisar cuántas llamadas fueron realizadas o recibidas, pero todo indica que la llamada inicial la realizó su tío Enrique Patterson, en su calidad de segundo introductor de embajadores en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Seguramente seguía órdenes del Ministro Agramonte, alertado por Gloria y Armando.

Las duras frases que Gloria escucha pronunciar a Enrique Patterson (un hombre con mucha experiencia diplomática) hace comprender a Gloria que la situación es sumamente grave.

Todavía, a esas alturas, no sabía que los cuatro hombres se encontraban bajo fuego. Entonces, le pasan el teléfono para que hable con su marido.

"Tu regresas mañana?", le preguntó.

"Haré todo lo posible. Reza por mi", contestó Riva Patterson.

Su marido no había sido jamás religioso practicante, ni utilizaba esos términos habitualmente. Gloria intuyó el peligro. Los hijos del matrimonio rezaron toda la noche, hasta quedar dormidos.

La segunda llamada fue realizada a la policía. Del otro lado, respondió una voz burlona: "Ya vamos para allá´".

Solo doscientos metros separaba la estación de policía más próxima de la casa de la Embajada. Tenían que estar oyendo el estruendo de las armas. La gente corría en todas direcciones. Ya llevaban más de una hora sitiados y la policía brillaba por su ausencia.

La llamada a la Embajada del Perú tampoco surtió efecto. Varela no estaba. A los encargados de negocios de México y Venezuela les pidieron, por favor, que se dirigieran al Ministerio de Relaciones Exteriores o a donde fuera. Necesitaban ayuda urgentemente.

Llamó al Embajador de España, Sr. Sánchez Bella, que se quedó estupefacto:

"Si quiere ver como asesinan a cuatro hombres, venga a la Embajada de Cuba", le dijo.

 
Columnas de humo comenzaba a penetrar dentro del “baño-refugio” de los sitiados. Toda la ciudad sabía lo que estaba ocurriendo desde hacía dos horas. Al parecer, la policía había decidido presentarse solamente para realizar el levantamiento de los cadáveres.

La algarabía comenzó a disminuir paulatinamente, hasta que se hizo silencio. 

Esta agresión provocó el propio día, una nota de protesta de la Cancillería cubana: «Hechos incalificables como este –se denunciaba– empeoran aún más las relaciones existentes entre Cuba y República Dominicana». (Nota de la Cancillería cubana a Vicioso, del 5 de junio de 1959. AGN, fondo Presidencia, Embadom Cuba).

Lejos de tomarse represalias por parte de las autoridades revolucionarias de la isla, […] el comandante Camilo Cienfuegos, Jefe del Esta­do Mayor del Ejército Rebelde y el Capitán Armando Torres y Meso­nes, reiteraron las garantías ofrecidas por Fidel Castro […]. Es de opinión que no se producirán actos violentos contra los diplomáticos dominicanos, pero ha impartido órdenes de estrechar la vigilancia. (Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, carta del 6 de junio de 1959. AGN, fondo Presidencia, Embadom Cuba).

Riva Patterson, desde su posición al lado del teléfono, vio en el balcón a un raro sujeto de chaqueta roja. "Quién es usted?", preguntó. "Soy bombero, abajo están ardiendo los muebles".

Con mucha precaución, los cuatro diplomáticos comenzaron a bajar las escaleras.

Por fin, a las dos horas justas de haber comenzado el ataque, apareció la policía. Miraban incrédulos a los cuatro cubanos. Era imposible que estuvieran vivos después del ataque de tan connotados especialistas batistianos y con un margen de tiempo más que generoso.

En las afueras de la casa se habían concentrado tropas del ejército y hasta un vehículo blindado.

Regresaron a la segunda planta y se asomaron al balcón de la terraza, desde donde divisaron a un grupo de soldados. Un oficial se dirigió a ellos:

"Pedimos permiso para pasar", dijo.

Recibió el permiso inmediatamente. Entonces, en un movimiento inusual, el oficial se dirigió a la tropa diciéndoles:

"Fíjense bien que me han autorizado a pasar. Yo voy a pasar porque me están autorizando".

Fue el embajador español el primero que llegó al lugar de los hechos. De estupefacto pasó a colérico:

"Esto es una salvajada", sentenció.

Sánchez Bella era miembro distinguido de La Falange española. Gozaba de gran prestigio en la República Dominicana. Sin embargo, de todas las manifestaciones pronunciadas por el Cuerpo Diplomático, fueron las suyas, las más severas.

Llegaron también, el Embajador de Guatemala, los Encargados de Negocios de México y Venezuela. El Embajador del Perú llegó más tarde. Todos estaban consternados. Riva Patterson y Díaz del Real se dirigieron al Sr. Varela, solicitándole de inmediato una reunión del Cuerpo Diplomático.

Estaban solicitándole algo insólito. La protección de dicho cuerpo.

Unos diplomáticos pidiendo la protección de otros. También era insólita la posición en que se encontraban. La estrategia de los cubanos, era forzar al gobierno dominicano.

El ejército había desalojado a los asaltantes, pero las tropas comenzaban a retirarse. Anochecía. La situación de los cuatro hombres era más que difícil.

Por otra parte, el Encargado de Negocios de Venezuela les comunicaba que las estaciones de radio habían aumentado su volumen de propaganda anti-cubana y que estaban permitiendo hablar a varios exiliados que les llamaban (a los diplomáticos) asesinos, comunistas. Decían que se estaban reuniendo grupos en diferentes zonas de la ciudad.

En vistas de tales circunstancias, el Sr. Varela les propuso que Díaz del Real y Riva Patterson se trasladaran a su casa, ya que ambos debían concurrir a una reunión (convocada por Varela en su calidad de Decano del Cuerpo Diplomático) pero que tenían que ver que hacían con Julio y Ricardo que inexplicablemente, no tenían pasaporte diplomático y por tanto carecían de inmunidad.

Riva Patterson se dirigió al Embajador de Guatemala, pidiéndole que llevase a Julio y Ricardo para su casa. Sorprendido por semejante petición, momentáneamente no supo que responder, murmurando que él no podía conceder asilo sin consultar.

“No, Embajador”, dijo Riva Patterson, “no se trata de asilo, solo de que invite a estos señores a comer a su casa”.

De esa forma, tan poco ortodoxa, quedaban Julio y Ricardo bajo la protección del Embajador de Guatemala, mientras que él y Díaz del Real continuaban bajo la protección del Embajador del Perú.

Ya en la Embajada del Perú, el Sr. Varela les relató que mientras ocurría el asalto a la Embajada cubana, él se había dirigido al Palacio Presidencial y durante más de una hora, como Decano del Cuerpo Diplomático, trató inútilmente de ver a Trujillo para que detuvieran aquella barbaridad.

El ayudante de Trujillo le dijo que el “Generalísimo” se encontraba ocupado y que le había pasado el recado. Que lo recibiría lo más pronto que le fuera posible.

Cada diez minutos se dirigía al oficial, explicándole la situación. Al fin, Trujillo le recibió y lo primero que le dijo fue que ya había ordenado detener el ataque. Que le habían informado que el grupo atacante estaba compuesto por cubanos contrarios al gobierno de Castro y que tan pronto le habían llegado las noticias, ordenó a las fuerzas de seguridad para que intervinieran.

Por último le dijo:

“No se preocupe, los cubanos, por los que usted se interesa, están bien”. “Los refugiados estos, que tenemos aquí, son tan pendejos, que en dos horas no pudieron coger a ninguno”.

La mujer del Embajador Varela, al sentir los primeros disparos, pensó que se trataba de cohetes con los que estaban celebrando alguna cosa. Para ver de qué se trataba, se asomó al jardín de su casa, siendo testigo presencial del asalto. Estuvo ingresada en una clínica, como consecuencia del shock, hasta que los diplomáticos cubanos salieron de la República Dominicana.

Al cabo de cierto tiempo, comenzaron a llegar los Embajadores.

El Embajador de los Estados Unidos, Sr. Farland, regresaba de una pesquería y se presentaba en pull-over (t-shirt) y zapatos tennis. Se disculpó diciendo que al escuchar las noticias no había querido perder tiempo para cambiarse de ropa.

Poco antes de comenzar la reunión, en la casa de la Embajada del Perú, uno de los sirvientes, que conocía a Riva Patterson, le dijo que la radio había dicho que los cuatro diplomáticos cubanos habían muerto. Entonces le condujo a un saloncito donde se encontraba un equipo de radio y allí pudo escuchar que varias turbas recorrían las calles portando carteles y gritando consignas.

Un energúmeno pedía a Trujillo, que autorizara un duelo, entre dos de ellos, cerrando una calle, y dos de los diplomáticos, para ver quiénes eran más guapos (valientes) y otra serie de sandeces por el estilo.

En la reunión, los diplomáticos cubanos plantearon abiertamente que en horas de la mañana habían resultado objeto de una agresión física en medio de la calle y por la tarde había sido asaltada la Embajada, a mano armada.

Pedían del Cuerpo Diplomático lo siguiente: Protección, en vista de que el Gobierno Dominicano era incapaz de ofrecerles garantías.

Esta petición se sustentaba en base a que tan solo 300 metros de distancia mediaban entre la estación de policía más cercana y la casa de la Embajada. Que el ataque había durado más de dos horas y no habían sido capaces de intervenir.

El Embajador del Perú dijo que, la reunión extraordinaria del Cuerpo Diplomático tenía por objeto considerar la solicitud presentada, debido a que se encontraban en peligro de muerte dos diplomáticos pertenecientes a dicho Cuerpo.

Uno de los Embajadores dijo algo relativo a un convenio por el cual no era posible que un diplomático pidiera asilo en otra Embajada.

“Claro que eso no puede estar contemplado en un tratado, porque es un completo absurdo”, dijo Riva Patterson. “Pero también es un absurdo que persigan a tiros a unos diplomáticos, dentro de su propia Embajada y que al final les intenten quemar vivos”.

La reunión se fue complicando, al punto de que los diplomáticos cubanos, que no sin razón se encontraban alterados.

Fue entonces que Riva Patterson exclamó:

“¡Qué tratado, ni que cojones!”

Ante este exabrupto, el Embajador Sr. Pombo, de Argentina, hombre relativamente joven, de barba corta, de esas que se conocen con el nombre de chivo o perilla, se levantó, aproximándose a Riva Patterson y dijo dirigiéndose a los allí reunidos:

“Vamos a descansar un momento, mientras yo hablo con el colega cubano”.

“Ven conmigo. Vamos a beber algo, a la cocina, para refrescarnos”.

Dirigiéndose ambos a la cocina, continuó diciendo: “No te preocupes colega, ya comprendo cómo te sientes, pero, para que estés tranquilo che, quiero decirte que cualquier cosa que acuerden esta partida de boludos, tu duermes esta noche en mi Embajada. A ver si se atreven también a asaltar la Embajada Argentina”. “Mirá, si tu sales a la calle, no llegás a la esquina!”.

Durante la reunión se recibieron varias llamadas del Ministerio de Relaciones Exteriores, citando a distintos Embajadores, con la evidente intención de interrumpirla. Al final, una numerosa representación del Cuerpo Diplomático se dirigió a la Cancillería.

A la reunión de la Cancillería asistió Juan José Díaz del Real. Mientras tanto, Riva Patterson permanecía en la Embajada del Perú.

A las ocho horas de la noche, llegaba a la Cancillería, la representación del Cuerpo Diplomático. Se esclarecieron muchos aspectos.

El Canciller Herrera Báez no había concedido ninguna entrevista a los cubanos para las tres de la tarde de aquel día.

El Canciller Herrera Báez expuso su versión de los hechos. Los diplomáticos cubanos habían sido atacados en la calle. Santo Domingo se encontraba llena de refugiados cubanos que, lógicamente no simpatizaban con el gobierno de Fidel Castro. Estos, actuando por su cuenta, habían atacado a los diplomáticos y él mucho que lo lamentaba.

“Hace poco”, dijo Herrera Báez, “en La Habana colocaron una bomba contra nuestra Embajada. Nosotros comprendimos que el Gobierno cubano no era el responsable, aunque sí exigimos que se tomaran las medidas pertinentes”.

“Los sucesos de hoy”, continuó el Canciller, “son consecuencias de las luchas internas de Cuba, de las que el gobierno dominicano no es responsable. Tan pronto el Gobierno dominicano supo que estaban atacando a la Embajada, envió a las fuerzas de seguridad para protegerles”.

Dentro de su intervención de casi 20 minutos, dijo algo así como que probablemente los diplomáticos no se hubieran enterado de que hasta un carro blindado había sido enviado a lugar de los hechos.

Terminó diciendo que el Gobierno Dominicano garantizaba la vida, la seguridad y la libertad de movimiento de los diplomáticos cubanos.

Se negaba rotundamente a acceder a la solicitud de asilo de los diplomáticos cubanos, que eso era un imposible y que las garantía las daba a título de su gobierno y personalmente.

Nuevamente en la Embajada del Perú y luego del informe de lo sucedido en la reunión de la Cancillería, el Sr. Varela llamó aparte a Riva Patterson y a Díaz del Real, para decirles que si ellos insistían en la petición de asilo, él tenía la seguridad que lo encontrarían en cualquier Embajada pero, que esa situación pondría al gobierno dominicano en una situación sumamente difícil, por lo cual, él (Varela) tenía la completa seguridad de que nunca saldrían de Santo Domingo, o por lo menos, hasta que Trujillo muriera.

A continuación y de forma confidencial, le dijo a Riva Patterson: “He hablado ya con el Generalísimo y me ha asegurado que ustedes no van a tener más problemas. Mi sugerencia es que acepten la palabra del Canciller y todo quedará resuelto de la mejor manera”.

El Ministro de Relaciones Exteriores dominicano, había invitado a los diplomáticos cubanos a hospedarse en el Hotel Embajador- El Sr. Varela les acompaño hasta una suite de dicho hotel. Allí les esperaba una fuerte custodia policial. A pesar de las agotadoras emociones de un día tan dramático, era dudoso que pudieran dormir.

El hotel se encontraba rodeado de soldados portando armas largas. Dos soldados a la salida del elevador y uno en cada puerta, a lo largo del pasillo que conducía a la suite. En la puerta, un Teniente, que les saludó militarmente, diciéndoles que se encontraba a su entera disposición, pidiéndoles que, si deseaban salir a alguna parte, él tenía órdenes de acompañarles, como forma de protección.

Solamente una condición: Debían decirle a donde pretendían ir.

De común acuerdo, decidieron comer algo en la propia habitación y acostarse luego. No tenían más ropa que la puesta y consideraron estúpido regresar a por las cosas personales.

Se afeitaron, tomaron un baño, luego comieron algo encargado al servicio de habitaciones y, a pesar de todo consiguieron dormir.

Entre las siete y las ocho de la mañana del sábado día 6 de junio (faltando solamente 8 días para el desembarco de tropas proveniente de Cuba), ya se encontraban todos despiertos, menos Julio Cruz.

Llamaron a la puerta de la habitación. Una expresión de alivio apareció en sus rostros al advertir que era el Sr. Varela. Otro tanto se advertía en la cara del Embajador al comprobar que sus colegas no habían sufrido nuevos quebrantos durante la noche.

Solicitaron una llamada a La Habana. Hablaron con el Viceministro Primelles, quién después de escuchar el relato de los acontecimientos les ordenó regresar a Cuba inmediatamente.

Finalizada la llamada, le informaron al Teniente que precisaban ir al buró de turismo del hotel para reservar los pasajes de avión.

Riva Patterson fue acompañado por el Teniente y dos soldados, que permanecieron todo el tiempo a prudente distancia. Díaz de Real permaneció en la habitación junto con Julio y Ricardo.

Aquellos que no conocieron a la República Dominicana en la "Era de Trujillo", les resultará difícil comprender la expectación que  se produjo en el hotel. Hoy parecería una escena de un filme de acción.

En aquella época era totalmente normal que, en Ciudad Trujillo, luego que las emisoras de radio y la prensa escrita hicieran un simple señalamiento sobre una persona, era suficiente para considerarla muerta o desaparecida.

La salida del elevador, escoltado por tres militares armados era un acontecimiento inusual, máxime cuando en los principales periódicos de esa mañana, aparecía la fotografía de Riva Patterson con una leyenda de "Asesino".

«Esta es la fotografía del asesino filo-comunista, disfrazado de diplomático».

En el mismo periódico aparecía un artículo, que ocupaba casi la última página, en el cual un llamado «Ejército de Liberación» le había condenado a muerte y terminaba la sentencia diciendo: «Ejecútese dondequiera que pueda encontrarse».

Al atravesar el vestíbulo del hotel, algunas personas corrieron, otras se asomaban desde detrás de las columnas.

Una jovencita les atendió en la oficina de turismo. En el momento en que fue abordada por el diplomático, "condenado a muerte", se encontraba leyendo el periódico «El Caribe».

La sonriente muchacha cambió la sonrisa, para una mueca helada. Aquella niña temblaba como hoja que se lleva el viento. Miraba la fotografía del periódico y nuevamente a la cara de su interlocutor, sin atinar a nada.

El Teniente, dándose cuenta de la situación le dijo: "Señorita, haga el favor de atender a su Excelencia".

La muchacha respondía afirmativamente, pero sus manos se negaban a responderle y no conseguía anotar lo que se le estaba pidiendo.

Un empleado de más edad acudió en su ayuda. Tomó nota de la solicitud y momentos más tarde informaba que no encontraba espacio disponible en ningún vuelo para La Habana. Por lo menos en un mes.

Ante semejante sorpresa se le dijo que procurara reserva para México, Jamaica, Venezuela o cualquier otro país y que tratara de hacerles conexión para llegar a La Habana, lo más rápidamente posible.

Minutos después le daba exactamente la misma respuesta. Efectuó un último intento reservando para España, pero la respuesta del funcionario fue siempre la misma. «No había espacio disponible».

Al principio, el Teniente insistió con el empleado, intentando ayudar, pero a la segunda negativa dejó de intervenir en el asunto, limitándose a permanecer, a cierta distancia, discretamente.

Se encontraban nuevamente reunidos en la habitación del hotel. Se había incorporado el Embajador del Brasil.

Impusieron a ambos Embajadores la nueva situación y los dos coincidieron en su falta de extrañeza. Sabían, por experiencia, que ese era el método utilizado en la República Dominicana.

Fue entonces que Riva Patterson recordó el ofrecimiento realizado por el Embajador de los Estados Unidos Mr. John Farland.

Sin perder más tiempo telefoneó a Farland , el cual allanó todas las dificultades. Tampoco Farland se sorprendió ante aquel hecho.

Mr. Farland tenía reservados, de forma permanente, cuatro asientos, en todas las líneas aéreas americanas. Por tanto, les cedía esos asientos a los colegas cubanos, siempre que quisieran volar a Miami y de allí a La Habana. Aceptaron la propuesta.

Pocos minutos pasaron antes que la Pan American les llamara para comunicarles que tenían disponibles cuatro asientos, pero no podía venderle los boletos, al carecer los pasaportes del visado de entrada a los Estados Unidos.

Extremando su gentileza, Farland hizo que el cónsul de la Unión, a pesar de ser sábado, se personara (con todos los cuños necesarios) para visar los pasaportes, en la misma habitación del hotel.

Concluidas las gestiones de los pasajes y los visados, Riva Patterson telefoneó nuevamente a Mr. Farland, para agradecerle la gentileza. Farland, a su vez, les deseó un buen viaje y feliz regreso a La Habana.

Fueron a despedirles al hotel los Embajadores de Perú y Brasil, así como los Encargados de Negocios de Venezuela, México, Argentina y Guatemala. Todos se expresaron de igual forma. La despedida sería en el hotel, aunque ellos estarían en el aeropuerto hasta que despegara el avión.

A la hora de partir, Riva Patterson llamó al Teniente que estaba de guardia, invitándole a entrar a la habitación y beber café con todos ellos.

"Teniente", le dijo.

"Como usted sabe, hay algunas manifestaciones, incluso en las inmediaciones del hotel y probablemente, a nuestra salida del hotel puede producirse alguna demostración en contra nuestra. Han tomado medidas para evitar una agresión?", preguntó.

A nosotros no nos preocupa que griten o vociferen, pero sí, que nos vayan a atacar o lanzar algún proyectil, piedra o algo por el estilo".

"Cuanto tiempo lleva usted en la República Dominicana?", le preguntó el oficial. A continuación sentenció:

"Si usted lleva en nuestro país, desde el mes de febrero, es tiempo suficiente para conocerlo bien. El Generalísimo y Doctor Rafael Leónidas Trujillo y Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, ha dado órdenes de que ustedes salgan sin problemas de la República Dominicana. Tenga usted la seguridad de que pueden ir hasta el aeropuerto caminando, que nadie osará molestarles".

Efectivamente, fueron trasladados en un patrullero escoltado.

Esa misma mañana de sábado, mientras se salvaban los inconvenientes anteriormente relatados, en La Habana, Gloria Amelia (la mujer de Riva Patterson), después de una noche de angustias, sin noticias (nadie contestaba al teléfono), decidió comunicar con la Embajada del Perú.

El Embajador Varela le dijo:

"Despreocúpese Gloria, Mario va para allá en el vuelo de la Pan American que hace escala en Miami". "Yo estaré en el aeropuerto, pero él no me verá", fueron las palabras del Sr. Varela.

Aparentemente, las autoridades dominicanas estaban intentando demorar la partida.

En el palacete de José Eleuterio Pedraza, , en la "Avenida Cordell Hull" no. 66, velaban el cadáver de Rilde González Martínez, el hombre que había resultado muerto en la Embajada.

El entierro de Rilde se efectuaría aquella misma tarde y tal vez esperaban que se produjese otra confrontación.

Aparentemente, era el mismo Rilde Gónzalez Martínez que había sido lugarteniente de Rolando Masferrer. El mismo de los famosos y luctuosos "Tigres de Masferrer.

Al producirse su muerte, se encontraba siendo juzgado en Cuba (en ausencia), por la causa no 42/59.

A las 12:40 horas del mediodía de aquel sábado 6 de junio de 1959 despegaba el avión de la Pan American de Ciudad Trujillo.

Atrás quedaban el "Chacal del Caribe y su protegido, el "Carnicero de Cuquine".

Esa misma tarde los diplomáticos agredidos regresarían a una Cuba “nueva”, donde avanzaba inexorablemente el proyecto de la "Bestia Ilustrada", llamada Fidel Castro.

El avión hizo escala en Port au Prince, Haití. No tuvieron que descender del avión. De allí despegarían a las 5:45 p.m. en el vuelo 434 de la Pan American.

Al llegar a Miami el avión, en lugar de dirigirse hacia la terminal del aeropuerto, continuó hasta la cabecera de la pista apagando los motores. Los pasajeros comenzaban a hacer conjeturas, cuando un automóvil oficial y un ómnibus se aproximaron.

Un oficial de inmigración pidió a los pasajeros descender de la aeronave, menos los cuatro diplomáticos cubanos.

Después de que los pasajeros abandonaran el aparato, el funcionario se dirigió a los cubanos, en correcto español diciendo:

"Déjenme verles las caras". "Ustedes son las personas con mayor suerte del mundo". "Yo viví muchos años en la República Dominicana y no comprender como ustedes poder salir vivos de allí".

A continuación les informó que habían dado órdenes de que no bajasen del avión, para evitar problemas y que en ese mismo avión se les trasladaría a Cuba. A ellos solamente.

A las siete de la noche aterrizaban en el aeropuerto "José Martí de La Habana.

(Fin del extracto)  

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