jueves, 1 de mayo de 2014

1961: El calvario del general Román

El calvario del general Román
Por Victor Manzueta Espaillat
Periodista  
En su carta a Sánchez Cabral, el que fuera secretario particular de Ramfis Trujillo, y ex administrador del ingenio Boca Chica, César A. Saillant Valverde, narra de cómo se enteraban los que trabajaban en la Jefatura del Estado Mayor General Conjunto que operaba en la Base de San Isidro, tanto militares como el personal civil asimilado, de la suerte que corrieron algunos de los implicados en la trama del 30 de mayo.
 “De otro de aquellos desgraciados de quien ocasionalmente nos esterábamos, a través de las indiscreciones de Pirulo (coronel Gilberto Sánchez Rubirosa) y del coronel Balcácer, era del general Román (José René Román Fernández –Pupo). Siendo un miembro de las Fuerzas Armadas, escapaba, de acuerdo con las reglamentaciones de nuestro Código de Justicia Militar, a la acción de los tribunales ordinarios, lo que ofrecía a Ramfis la oportunidad de cebarse en él impunemente. A juzgar por las atrocidades que permitía, el odio que debía sentir hacia el general Román escapa a las fantasías de la imaginación. Son hechos que no deben olvidarse mientras la justicia no haya cumplido con su deber”, expresa Saillant.
Agrega: “Varias veces oí desde mi escritorio aquellos sádicos comentarios del eficiente discípulo de Abbes (se refiere a Jhonny Abbes García el sádico y temido jefe del Servicio de Inteligencia Militar durante la dictadura de Trujillo padre), Pirulo Sánchez Rubirosa: Papá -a todo el mundo le decía papá- si tú supieras lo que le hice ayer a ese hijo de la …. (haciendo referencia a Pupo Román), lo amarré desnudo en la cama y lo cubrí con gratey. Hoy tu lo ves y es una roncha entera, parece un camarón”.
 “Y otro día: -Papá, pero qué maldito tan duro ese. Ayer le saqué las planchas, les puse un alambre por dentro, se las puse otra vez  y le di corriente (electricidad). Brincaba como un chivo. Ya yo no sé qué inventar con él”.
 “¡Ya no sabía qué inventar con él! Aquellas declaraciones eran recibidas con burlas y sarcasmos. ¡Ya no sabía qué inventar con él! Me detengo un instante buscando una palabra con qué calificar aquel sadismo, aquella barbarie, y no la encuentro. Precisamente uno de los hechos que mantenían callado a aquel personal civil, honesto y limpio, era que las barbaridades que salían de las bocas de aquellos verdugos eran tan inauditas, tan increíbles, que era fácil para uno forjarse la ilusión de que mentían”.
Saillant prosigue su relato a Sánchez Cabral, que en ese tiempo, año de 1962, era el presidente del Comité Ejecutivo de la Junta Pro Glorificación de los Héroes del 30 de Mayo de 1961, y expresa:
 “Recuerdo bien el 30 de junio de 1961. Se celebró una misa por el alma de Trujillo, que desde hacía un mes justo asistía con la mayor regularidad al pase de lista en las solitarias del Infierno. Ramfis llegó temprano a la oficina, uniformado de gala pero con el rostro tan ceñudo, tan grave, que fácilmente se leía en él que lo dominaban ideas lúgubres. Salió (Ramfis) con los jefes de Estado Mayor que lo esperaban para asistir a la misa y luego a otro acto oficial, regresando cerca de las 10 de la mañana. No olvidaré  la expresión de su rostro (de Ramfis), cuando un oficial le abrió la puerta de su despacho –a Ramfis siempre había que abrirle las puertas; en la base éste era un deber de su ayudante militar, que era en ese entonces el coronel Juan Disla Abreu, pero cuando el ayudante militar no lo acompañaba, el honor, que todos se disputaban, recaía sobre uno de los oficiales de servicio). Sin quitarse el quepis se sentó ante su escritorio y permaneció unos instantes inmóvil, con la mirada perdida, como presa de sombríos pensamientos. De repente se levantó como impulsado por un resorte y se dirigió nuevamente a la puerta.
-¡Dile al coronel Sánchez Rubirosa que venga seguido!”, ordenó.
Salieron y regresaron una hora después. Al entrar se notaba más tranquilo, como quien acaba de desprenderse de un gran peso. Algunos oficiales esperaban a Pirulo en su oficina. El les hizo una revelación:
-Nunca en mi vida había visto una pela tan bien dada como la que acaba de dar el general.
Y sin esperar que le preguntasen, les aclaró: “Le acaba de dar a Pupo una pela de película”.
Saillant, que fuera más que un allegado de Ramfis por su cercanía al ser secretario particular, un “testigo” de las crueldades, torturas y asesinatos cometidos contra los enemigos del régimen, exclama en su narración: “El calvario del general Román, sólo puede compararse al del capitán piloto Juan de Dios Ventura Simó, a quien Ramfis hacía sacar de las cámaras de torturas para que presenciase el fusilamiento de los mártires de junio de 1959 y lo obligaba a abrazar y besar los cuerpos sin vida de los ultimados”.
Saillant refiere además, que estando en París, en el mes de diciembre de 1961, Lita Milán, quien fuera esposa de Ramfis, le refirió, cómo ocurrió la muerte del general José René Román Fernández, según se lo contara a ella uno de los oficiales que gozaba de la absoluta confianza de Luis José León Estévez.
 “El día fijado para la ejecución (de Pupo), refiere Saillant Valverde, Ramfis salió de su casa acompañado por Luis José León Estévez, en ese tiempo esposo de María de los Angeles del Corazón de Jesús Trujillo Martínez (Angelita). Ramfis llevaba el revólver de Trujillo (Rafael Leónidas). Le confesó a Lita, después, que a juzgar por la mirada de alivio de Román, al verle aquella vez, comprendía que habían llegado sus últimos momentos. Su cuerpo exánime, ya casi sin vida, fue arrastrado hacia el lugar donde los verdugos esperaban para ultimarlo y manos culpables lo mantuvieron atado a algo para que se pudiera mantener en pie sin desplomarse. Aquel blanco viviente, donde sólo palpitaba ya la fuerza del espíritu, fue recibiendo los disparos que por turnos le hacían Ramfis y Luis José, poco a poco, poco a poco, a las manos, a los brazos, al hombro, a los pies, a las piernas, a las rodillas, a los muslos. Así lo fueron acribillando, con la misma impasible crueldad con que lo habían torturado. Román asistió a su propio exterminio con aquellos ojos más abiertos que nunca, sin voz ya para un quejido; nadie supo, ni él mismo quizás, en qué instante abandonó el cuerpo masacrado su alma cien veces pecadora, pero mil veces redimida en la lenta agonía del martirologio….Dios mismo, al juzgarle, le habrá visto con ojos de piedad”, termina Saillant al describir, la forma cruel y salvaje, más aún que el suplicio apache, con que Ramfis y León Estévez, dos seres sin piedad, llevaron a cabo su venganza.
El general José René Román Fernández, sufrió con entereza las crueles torturas a que se vio sometido por los más sádicos asesinos de la tiranía y fue incapaz de delatar a quienes deberían estar al tanto de la conjura en las filas militares, ni aún a los civiles que sabía participarían en la decapitación del dictador.
Murió, como sólo lo hacen los héroes y la historia, algún día lo reconocerá como uno de los mártires de la libertad del pueblo dominicano. 
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