El calvario del general Román
Por Victor Manzueta Espaillat
Periodista
En su carta a Sánchez Cabral,
el que fuera secretario particular de Ramfis Trujillo, y ex
administrador del ingenio Boca Chica, César A. Saillant Valverde, narra
de cómo se enteraban los que trabajaban en la Jefatura del Estado Mayor
General Conjunto que operaba en la Base de San Isidro, tanto militares
como el personal civil asimilado, de la suerte que corrieron algunos de
los implicados en la trama del 30 de mayo.
“De
otro de aquellos desgraciados de quien ocasionalmente nos esterábamos, a
través de las indiscreciones de Pirulo (coronel Gilberto Sánchez
Rubirosa) y del coronel Balcácer, era del general Román (José René Román Fernández –Pupo).
Siendo un miembro de las Fuerzas Armadas, escapaba, de acuerdo con las
reglamentaciones de nuestro Código de Justicia Militar, a la acción de
los tribunales ordinarios, lo que ofrecía a Ramfis la oportunidad de
cebarse en él impunemente. A juzgar por las atrocidades que permitía, el
odio que debía sentir hacia el general Román escapa a las fantasías de
la imaginación. Son hechos que no deben olvidarse mientras la justicia
no haya cumplido con su deber”, expresa Saillant.
Agrega:
“Varias veces oí desde mi escritorio aquellos sádicos comentarios del
eficiente discípulo de Abbes (se refiere a Jhonny Abbes García el sádico
y temido jefe del Servicio de Inteligencia Militar durante la dictadura
de Trujillo padre), Pirulo Sánchez Rubirosa: Papá -a todo el mundo
le decía papá- si tú supieras lo que le hice ayer a ese hijo de la ….
(haciendo referencia a Pupo Román), lo amarré desnudo en la cama y lo
cubrí con gratey. Hoy tu lo ves y es una roncha entera, parece un
camarón”.
“Y otro día: -Papá, pero qué maldito tan duro ese. Ayer le saqué las planchas, les puse un alambre por dentro, se las puse otra vez y le di corriente (electricidad). Brincaba como un chivo. Ya yo no sé qué inventar con él”.
“¡Ya
no sabía qué inventar con él! Aquellas declaraciones eran recibidas con
burlas y sarcasmos. ¡Ya no sabía qué inventar con él! Me detengo un
instante buscando una palabra con qué calificar aquel sadismo, aquella
barbarie, y no la encuentro. Precisamente uno de los hechos que
mantenían callado a aquel personal civil, honesto y limpio, era que las
barbaridades que salían de las bocas de aquellos verdugos eran tan
inauditas, tan increíbles, que era fácil para uno forjarse la ilusión de
que mentían”.
Saillant
prosigue su relato a Sánchez Cabral, que en ese tiempo, año de 1962,
era el presidente del Comité Ejecutivo de la Junta Pro Glorificación de
los Héroes del 30 de Mayo de 1961, y expresa:
“Recuerdo
bien el 30 de junio de 1961. Se celebró una misa por el alma de
Trujillo, que desde hacía un mes justo asistía con la mayor regularidad
al pase de lista en las solitarias del Infierno. Ramfis llegó temprano a
la oficina, uniformado de gala pero con el rostro tan ceñudo, tan
grave, que fácilmente se leía en él que lo dominaban ideas lúgubres.
Salió (Ramfis) con los jefes de Estado Mayor que lo esperaban para
asistir a la misa y luego a otro acto oficial, regresando cerca de las
10 de la mañana. No olvidaré la
expresión de su rostro (de Ramfis), cuando un oficial le abrió la
puerta de su despacho –a Ramfis siempre había que abrirle las puertas;
en la base éste era un deber de su ayudante militar, que era en ese
entonces el coronel Juan Disla Abreu, pero cuando el ayudante militar no
lo acompañaba, el honor, que todos se disputaban, recaía sobre uno de
los oficiales de servicio). Sin quitarse el quepis se sentó ante su
escritorio y permaneció unos instantes inmóvil, con la mirada perdida,
como presa de sombríos pensamientos. De repente se levantó como
impulsado por un resorte y se dirigió nuevamente a la puerta.
-¡Dile al coronel Sánchez Rubirosa que venga seguido!”, ordenó.
Salieron y regresaron una hora después. Al entrar se notaba más tranquilo, como quien acaba de desprenderse de un gran peso. Algunos oficiales esperaban a Pirulo en su oficina. El les hizo una revelación:
-Nunca en mi vida había visto una pela tan bien dada como la que acaba de dar el general.
Y sin esperar que le preguntasen, les aclaró: “Le acaba de dar a Pupo una pela de película”.
Saillant,
que fuera más que un allegado de Ramfis por su cercanía al ser
secretario particular, un “testigo” de las crueldades, torturas y
asesinatos cometidos contra los enemigos del régimen, exclama en su
narración: “El calvario del general Román, sólo puede compararse al
del capitán piloto Juan de Dios Ventura Simó, a quien Ramfis hacía sacar
de las cámaras de torturas para que presenciase el fusilamiento de los
mártires de junio de 1959 y lo obligaba a abrazar y besar los cuerpos
sin vida de los ultimados”.
Saillant refiere además, que estando en París, en el mes de diciembre de 1961,
Lita Milán, quien fuera esposa de Ramfis, le refirió, cómo ocurrió la
muerte del general José René Román Fernández, según se lo contara a ella
uno de los oficiales que gozaba de la absoluta confianza de Luis José
León Estévez.
“El
día fijado para la ejecución (de Pupo), refiere Saillant Valverde,
Ramfis salió de su casa acompañado por Luis José León Estévez, en ese
tiempo esposo de María de los Angeles del Corazón de Jesús Trujillo
Martínez (Angelita). Ramfis llevaba el revólver de Trujillo (Rafael
Leónidas). Le confesó a Lita, después, que a juzgar por la mirada de
alivio de Román, al verle aquella vez, comprendía que habían llegado sus
últimos momentos. Su cuerpo exánime, ya casi sin vida, fue arrastrado
hacia el lugar donde los verdugos esperaban para ultimarlo y manos
culpables lo mantuvieron atado a algo para que se pudiera mantener en
pie sin desplomarse. Aquel blanco viviente, donde sólo palpitaba ya la fuerza del espíritu,
fue recibiendo los disparos que por turnos le hacían Ramfis y Luis
José, poco a poco, poco a poco, a las manos, a los brazos, al hombro, a
los pies, a las piernas, a las rodillas, a los muslos. Así lo fueron acribillando, con la misma impasible crueldad con que lo habían torturado. Román asistió a su propio exterminio con aquellos ojos más abiertos que nunca, sin voz ya para un quejido;
nadie supo, ni él mismo quizás, en qué instante abandonó el cuerpo
masacrado su alma cien veces pecadora, pero mil veces redimida en la
lenta agonía del martirologio….Dios mismo, al juzgarle, le habrá visto
con ojos de piedad”, termina Saillant al describir, la forma cruel y
salvaje, más aún que el suplicio apache, con que Ramfis y León Estévez,
dos seres sin piedad, llevaron a cabo su venganza.
El
general José René Román Fernández, sufrió con entereza las crueles
torturas a que se vio sometido por los más sádicos asesinos de la
tiranía y fue incapaz de delatar a quienes deberían estar al tanto de la
conjura en las filas militares, ni aún a los civiles que sabía
participarían en la decapitación del dictador.
Murió,
como sólo lo hacen los héroes y la historia, algún día lo reconocerá
como uno de los mártires de la libertad del pueblo dominicano.
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